La esperada conclusión de la tercera temporada de The White Lotus, ambientada en Tailandia, trajo consigo muertes dramáticas, varios desenlaces inesperados y una narrativa que, para muchos, resultó más interesante de analizar que de ver. Aunque el capítulo final intentó cerrar varias tramas, dejó a algunos espectadores con la sensación de que esta entrega podría ser la más floja de la serie hasta el momento.
Para entender mejor esta sensación, hay que reconocer por qué muchos seguimos viendo The White Lotus. No es por el misterio del asesinato que siempre enmarca cada temporada. Es por la crítica mordaz al elitismo, por la manera en que retrata la decadencia emocional de los ricos, su narcisismo autodestructivo y esa vida de lujo vacía que contrasta con una fotografía de paisajes exóticos que parecen inalcanzables para la mayoría. Además, claro, por los diálogos agudos de Mike White y el elenco brillante que los interpreta con una intensidad casi salvaje, como si fueran los hermanos Ratliff en plena fiesta descontrolada.
Sin embargo, el episodio final del domingo —de 87 minutos— se apoyó fuertemente en el suspenso del asesinato anunciado desde el primer capítulo. Se convirtió en un desfile de escenas en cámara lenta, falsas pistas y predecibles momentos de presagio. Para quienes no buscan el enigma policial en esta serie, la experiencia puede haberse sentido larga, densa y poco gratificante.
Eso sí, no todo fue oscuridad. Algunas escenas conservaron el característico humor negro de la serie. La secuencia en la que Fabian grita y se lanza al estanque, por ejemplo, tiene potencial de convertirse en un clásico, tan repetible como la escena musical de Glee en la que Artie se lanza a la piscina. Pero, a nivel general, el capítulo estuvo cargado de solemnidad, con música coral que acompañaba cada giro y tomas simbólicas que iban desde monos a monjes, acentuando un tono místico algo exagerado.
En cierto momento del episodio, parecía que la mitad del elenco iba a morir. Esa acumulación de tensión llevó a pensar que Mike White estaba confundiendo su habitual cinismo —agudo y entretenido— con un nihilismo mucho menos atractivo. Sin embargo, varios de esos fallecimientos fueron solo ilusiones narrativas. Incluso uno de los personajes que vimos morir durante cinco minutos trágicos, finalmente estaba vivo, revelando que todo fue un simple engaño.
Al final, este cierre de temporada fue más provocador que emocionante. La crítica social sigue ahí, afilada como siempre, pero la historia se enredó en su propio juego de espejos. Para algunos, el capítulo fue una obra reflexiva que vale la pena desmenuzar. Para otros, una experiencia lenta que sacrificó el encanto habitual de The White Lotus en favor de un dramatismo innecesario.
Sea como sea, Mike White sigue demostrando que, incluso en sus puntos más bajos, su serie tiene mucho de qué hablar